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GOTAS de REFLEXIÓNES SOBRE el “AMOR"





La verdadera miseria del ser humano está en demostrarse a sí mismo que  no puede caminar solo por la vida, y enquistarse tercamente en la posibilidad de morir envuelto en los brazos de una persona.


Cuando la cruda realidad es saber que uno no se tiene más que a sí mismo; sin por ello caer en el abismo del egoísmo ruin.


Uno debe vivir para los demás, sin enredarse en las bravuras emocionales del otro, salvo para provocarle ratos felices o para chismorrear en buena onda.


La acción de deseo virulento (amoroso) hacia la otra parte, no es más que la clara señal de la enorme debilidad, desconfianza e inseguridad que se tiene uno, alejándose del individuo independiente y sin ataduras, que uno – en el fondo – es o debería ser.


Lo idóneo radica en la practicidad existencial que se centra en la concreción del instinto salvaje y erótico. Solo en los placeres de la carne, de manera reciproca, radica la unión más vital para después continuar con una gran  satisfacción; en el sendero cuya sombra nuestra en la única y mejor compañía.


Y es justo los sufrimientos más intensos, los que se dan por aferrarse locamente o por creer ciegamente en que aquella persona a la que se mira con “pasión” como si fuese  un ángel caído del cielo, cuando no es más que el inicio de entrada al infierno.


Sin embargo el inicio puede ser interesante si se vive – repito – en el goce erótico, sin pasar los límites de este.


El sosiego y la felicidad – para concluir – no está en la otra persona a quien creemos amar, sino en nuestro interior. Es ahí donde encontramos a ese gran Dios al que “lo rezamos todos los días”, las otras pasiones hechas en carne y hueso no son más que meras ilusiones, o caprichos y como ilusión y capricho deberíamos vivirlo, y no con la seriedad de la trascendencia humana. 



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