Aquella mujer de
cuarenta años, de cabellos negros ensortijados y de mirada melancólica, miraba
el plano del lago donde flotaban con gracia 2 cisnes que se prodigaban amor y
pensó en su amado quien un día se fue a Francia que era donde residía. Prometió
volver, pero jamás lo hizo. Ella seguía esperándolo, pero ya no podía ser.
Había pasado 15 años.
Lo llamaba cariño, amor
o mi rey.
El francés había
arribado a Perú de visita turística y apenas vio a Yolanda se enamoro
locamente. Ella correspondió al foráneo y vivieron un tórrido romance. Las
palabras del francés fluían con una romántica y mágica asonancia y ella se
sentía una reina al lado de él. El joven conoció a los padres de Yolanda que
estuvieron felices de la relación. Ambos tenían planes de matrimonio y hasta se
regalaron anillos de compromiso. Hicieron diferentes comuniones aparte de la
promesa de casarse, realizaron pactos de sangre, ella se corto con un gillet la
yema de su dedo anular y el también, y unieron ambos dedos ensangrentados,
mirándose con suma intensidad. Ambos hablaban de los hijos que tendrían, y
acordaron en que el la llamaría un día a su casa y ella el siguiente a su
departamento, y que el iría los sábados a comer la sazón de Yolanda, y así fue.
Cada sábado ella esperaba contenta a Jeremías con un plato de cebiche o de
frejoles que preparaba con inmenso afecto para el hombre que creía iba a ser su
esposo. Los domingos se iban a pasear: Club el bosque, el parque de Huachipa,
Club de Tiro. Yolanda era su guía. También fueron al parque del agua, al parque
de la muralla, a video pubs y después regresaban a la casa de Yolanda, y cuando
no había nadie en casa (que era la mayoría de veces) hacían el amor, y
ella se elevaba hasta la estratosfera. Se prometieron un sinnúmero de cosas: Te
irás a Francia conmigo decía él. Yo te cocinare con mucho cariño, todos
los días decía ella, yo te cogeré todo el día, decía él, yo despertare en tus
brazos decía ella. “La siguiente semana regreso a Francia y quiero que me
acompañes al aeropuerto”, le dijo, ella muy feliz y a la vez triste porque se
iba, le respondió que lo acompañaría hasta el fin del mundo. Yolanda de
pronto lloro. Él la agarro con suavidad su mentón y la beso con intensa
pasión.
Después de que Jeremías
partió a su país natal, ella lo llamo con frecuencia y el también pero llego un
punto (pasado 6 meses) en que la relación se enfrió. Las llamadas comenzaron a
ser menos frecuentes, más cortas y menos emotivas. Y un día Yolanda decidió dar
por concluida el idilio amoroso y el con pena acepto. La chica al colgar el
auricular del teléfono, lloro desconsoladamente recordando los lindos
momentos que paso con el francés, su amado, su hombre, su ilusión. A la vez se
sentía insegura del amor de el por ella, tenia celos de que pueda estar con
otra y le molestaba de que él le diga que no podrá venir tal mes por que se
había presentado un asunto de trabajo, por eso decidió dar por concluido la
relación sin embargo se aferro a la ilusión de verlo nuevamente ( a pesar de
que fue ella, quien propuso cortar la relación) y retornar a esos mágicos
momentos que solo Jeremías lo hizo vivir y con otros chicos por más que quiso
amarlos no pudo. Así envejeció, atada al recuerdo de su bello francés que lo vio
casado y con hijos cierta tarde en que caminaba por Francia como misionera de
un convento.
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